La
Línea, de Francisco Mata Rosas
“Aquí es donde rebotan los sueños”, se lee en una pinta en
el límite último de México, esa línea que resguarda el norte mítico, el polo magnético
hacia el cual se orienta la oxidada aguja de las aspiraciones subcontinentales.
Rebotan los sueños multiplicándose en imágenes que deforman el rostro de quien que
las sueña, como en un truco de feria: la identidad alterada y repetida por un
espejo convexo.
Las fotografías de
Francisco Mata Rosas que conforman esta serie surgen directamente de ese mundo
de apariencias arqueadas, de identidades torcidas y atravesadas por la larga y
sinuosa cicatriz de la frontera. Desde luego, se trata de imágenes que
trascienden el mero afán testimonial: no estamos ante el registro prosaico de una
realidad que ya sabemos tormentosa, sino ante una sensibilidad capaz de construir
la metonimia exacta del desamparo y la violencia fronterizos a través de los
vestigios que dejan los migrantes en su camino al norte, o de fijar el abandono
de las zonas carcomidas por el narco a través de las ruinas y las tumbas que
erizan el paisaje.
La frontera ha ganado fama como un lugar de imágenes extravagantes
en donde el kitsch es la nota
dominante de una melodía sincopada de balazos. Mata Rosas evade esa convención
para mostrarnos un absurdo más profundo, menos ornamental; un absurdo
fundamentalmente político cuyas derivaciones iconográficas alteran –y no
divierten– al espectador. Y lo hace echando mano de una variedad de recursos tal
que lo sitúan muy lejos de la necia superstición de la “técnica por la técnica”
que todavía acalambra a algunos fotógrafos contemporáneos.
Saltando de un formato a otro, de un
registro epifánico (en “Maruchan”, por poner un ejemplo) a un humor escabroso
(“Calacas”), Mata Rosas nos muestra una frontera múltiple, compleja y
constantemente reinventada por la gente que la atraviesa a pesar de todo
riesgo. Más que estampas, se nos ofrecen auténticas tesis,
intuiciones que desmigajan nuestra relación con ese gozne, la mentadísima línea:
despeñadero de sueños y suelo fértil de no pocas pesadillas.
–Daniel Saldaña París
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